Por el Sahara libio

cocina libanesa

Veinte días de vacaciones en Libia y sin cocinar nada en absoluto… O sea, que he vuelto muy descansada y con ganas de arrimarme a los fogones para las navidades. Dicen que el Sahara libio es la zona del Sahara más bonita y variada. Como no puedo comparar, no digo nada, sólo que es maravilloso. Además, al no tener apenas turismo, la inmersión es total, la soledad y el silencio, sobrecogedores.

¿Y qué se cuece por Libia? Pues cosas muy sencillas y caseras.

Asados bajo la ceniza, cuscús, guisos de lentejas rojas y de pasta, de menudillos, basim (una masa de harina, más o menos como la pasta choux -cocida- que se sirve dulce: con mantequilla y salsa de dátiles, o salada: con salsa de carne y verduras). A casi todo se le pone un poco de guindilla verde en el sofrito, de modo que resulte algo -o muy- picante, según el cocinero.

La comida típica en una casa libia es una ensalada de tomate, pepino, cebolla y perejil aderezada con limón, sopa libia (verduras, tomate y pasta) y cuscús o algún otro guiso de los mencionados. La fruta la toman junto con la comida y hasta nos la dieron de aperitivo, pero no de postre. De postre, siempre té, a veces con el añadido de almendras crudas. Esta es cocina del desierto, que es donde estuvimos y la verdad es que se echa en falta un hornillo eléctrico :). En la costa hay también cocina de pescado y marisco.

El pan son unas tortas planas con las que come cada bocado, ya que se no se usan cubiertos (bueno, nosotras los usamos un poco) y el cuscús y los guisos se sirven en el mismo plato para todos. Es una comida muy suave y que sienta de maravilla y eso que, sí, tuvimos que comer toda clase de entresijos. Tuvimos un cabrito, que le compramos a los tuareg. Fue conveniente y ritualmente sacrificado y, naturalmente, en el desierto no se desperdicia nada.

En fin, que entre guisotes y pinchos morunos de cosas que no habíamos probado nunca, ya nos preguntábamos cuántos riñones y cuántos corazones tenía el cabrito aquel. Porque parecía que las costillas no llegaban nunca… Pero al fin llegaron, asadas bajo la ceniza ¡deliciosas! La cabeza -y los ojos, gran manjar- se la cedimos amablemente a nuestros guías. Por cierto, allí pasa como aquí, las cosas raras no le gustan a casi nadie, por muy manjar que se consideren. Afortunadamente los guías eran tipos chapados a la antigua y supieron apreciar la cabeza como era debido.

 

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